Jeremy Meeks jamás pensó que su pase al estrellato llegaría con esposas en las muñecas. En 2014, su foto policial, ojos claros, pómulos marcados y tatuajes a la vista, se viralizó como una postal inesperada de atractivo en un expediente delictivo. Acusado por posesión ilegal de armas y con vínculos a la pandilla Crips, su prontuario no era distinto al de miles en Estados Unidos. Pero esa imagen, en medio de un entorno marcado por la violencia familiar y una infancia rota, fue el clic que lo sacó del anonimato criminal y lo llevó al radar de la industria de la moda.
Tras cumplir una sentencia de 27 meses en prisión, Meeks salió en 2016 y no volvió a mirar atrás. Firmó con una agencia de modelos apenas recuperó la libertad, y en poco tiempo su caminar pasó del patio de la cárcel a las pasarelas de diseñadores como Philipp Plein y Tommy Hilfiger.
Con su pasado aún fresco pero su imagen reconvertida en marca, supo capitalizar cada flash y cada titular, convirtiéndose en un ícono pop de la redención estética. Hoy, Jeremy Meeks es más que un meme viral. Tiene su propia línea de ropa, incursiona en el cine y mantiene su lugar en la esfera mediática.